Cuando lo superficial me cansa, me cansa tanto, que para descansar
necesito un abismo.
Antonio Porcha
Me gusta el olor a miel de los cedros antes de la lluvia, anuncia el
verano. Aunque lo veranos me gustan menos que el otoño, esa estación de la cual me resisto a salir y
que año con año espero con ansía su llegada. Pronto será otoño.
En el sitio donde vivo, las estaciones están diluidas, pasan
casi imperceptibles. Un día amanece y ya es otoño, la luz del sol se vuelve tibia
y se siente el aroma de la melancolía impregnando cada calle y cada esquina de
esta ciudad. Son los meses en los que me siento más enamorada de mi ciudad. Y
me aferro a ellos. Tanto que mi temperamento se acopla a eso días,
entonces vuelvo a perder la mirada en el horizonte y a añorar lugares que no he
visto, personas que no he amado, olores que no he sentido. Es esa sensación
constante de ser extranjera en la tierra de mi nacimiento. Para muchos una pesadilla,
para mi cada vez un reconocimiento de lo que soy, de quien soy. Es un defender
la melancolía como esa dosis necesaria, para no perderse. Suena paradójico lo
sé, porque es como andar entre los límites de locura, un día lloras y al otro
estas sonriente, el nombre de moda “bipolaridad”. Pero la bipolaridad es un
punto muy aparte.
Lo cierto es que, como todo, la
melancolía tiene sus matices. En mi caso, es parte de una personalidad, una
manera de ver al mundo y de ser parte de el. Recuerdo que mi madre solía
cantarme un cover en español de la versión
en ingles de Neil Sedaka "Oh Carol", la cual es completamente diferente. Años después la recordábamos
juntas y pensé ¿desde entonces ya sabía que esta chica sería melancólica hasta
los huesos?. Busque la letra, la del cover en español. Sonrío, oh si, debo dejar de llorar.
Soy melancólica y, a
pesar de ello, suelo ser feliz.